Los profesores están en un lugar privilegiado desde el cual pueden contribuir a prevenir la agresión y promover la convivencia, como algunos lo reconocen. Es claro que este lugar privilegiado no puede significar que deban asumir todo el peso de la responsabilidad. La prevención de la violencia debe ser una responsabilidad compartida entre la familia, la escuela y la sociedad en general y se necesita que cada uno cumpla su parte para que se puedan realmente lograr cambios de manera integral. Sin embargo, reportan que algunos profesores parecen responsabilizar de los problemas de violencia escolar a factores externos incontrolables, como la existencia de casos de estudiantes problemáticos, padres despreocupados, instalaciones físicas insuficientes o, incluso, un sistema educativo deficiente. Esto puede llevar a que algunos profesores se desliguen de su responsabilidad, al creer que no van a poder contribuir a mejorar la convivencia. En otras palabras, si tienen una baja autoeficacia para generar cambios (es decir, si no creen en su propia capacidad para lograrlo), pueden llegar a considerar que esa no es su responsabilidad. Por ejemplo, quienes creen que la violencia escolar se debe solamente a estudiantes problemáticos que tienen padres despreocupados con frecuencia consideran que la solución es sacar a esos estudiantes de la escuela, aunque, al hacerlo, estarían renunciando a su función formadora y trasladando el problema a otro colegio o a la calle.
Visiones más complejas sobre el problema de la violencia escolar podrían, en cambio, brindar más alternativas a los profesores sobre el rol que podrían asumir en la promoción de la convivencia. Por ejemplo, cuando la agresión escolar se ve como una dinámica grupal, la solución preferida no es sacar a algunos, sino cambiar lo que el grupo valora o cómo el grupo responde ante las situaciones de agresión. Una formación de profesores que promueva la comprensión de que un estudiante recurre con frecuencia al bullying como una manera para conseguir reconocimiento y popularidad en su grupo puede ayudar a que consideren nuevas alternativas como, por ejemplo, generar acuerdos con toda la clase para que los observadores rechacen cualquier acto de agresión de sus compañeros, en vez de derivar al departamento de psicología, orientación o a instancias disciplinarias a los agresores o a las víctimas. Este tipo de alternativas ayuda a recuperar la creencia de los profesores en que ellos sí pueden cumplir un rol central en la promoción de la convivencia desde sus salas y escuelas.
Los estudios presentados en esta compilación también parecen indicar que muchos profesores necesitan una mejor comprensión sobre los tipos de agresión y sus dinámicas. Pérez muestra que, aunque la mayoría comprende la gravedad de las situaciones de bullying físico y verbal, algunos no le dan la misma importancia al bullying relacional y están menos dispuestos a intervenir en esos casos. Algunos profesores hombres, por ejemplo, parecen empatizar más con víctimas de bullying físico que con víctimas de bullying verbal o relacional, mientras que profesoras mujeres empatizan por igual con las víctimas de todos los tipos de bullying. Esto es muy relevante porque los estudiantes requieren que los profesores, quienes en muchas situaciones representan para ellos la única figura de autoridad accesible, les brinden todo el apoyo ante cualquier situación de bullying, incluso cuando no tienen heridas físicas que mostrar. Los procesos de formación de profesores deberían prepararlos para que puedan identificar los distintos tipos de agresión, comprender las graves consecuencias que todo tipo de bullying puede generar y estar dispuestos a intervenir para que ningún tipo de maltrato ocurra entre sus estudiantes. Asimismo, es importante que la formación de docentes les ayude a diferenciar el bullying de situaciones de agresión que no son repetidas o sistemáticas y a diferenciar el bullying de conflictos, dado que las respuestas útiles para el manejo de conflictos, como, por ejemplo, la mediación por parte de pares, no son recomendables para el manejo del bullying.
Todo lo anterior resalta la importancia del rol que tienen los profesores en la promoción de la convivencia escolar. Los profesores de todas las áreas deben enfrentar con mucha frecuencia situaciones de agresión y maltrato en sus clases y la manera como respondan es crucial para la dinámica que tomarán estas situaciones. Un profesor que no responda ante situaciones de agresión en su clase o que, incluso, participe en alguna burla, ofensa o maltrato, estará, como mínimo, desperdiciando una oportunidad importante de promocionar la convivencia pacífica y de prevenir futuras situaciones de agresión y violencia. Sin embargo, es poca la formación que reciben los profesores sobre cómo responder constructivamente ante este tipo de situaciones. De hecho, la queja principal que tienen muchos profesores sobre la formación que recibieron en facultades de educación es que no les enseñaron estrategias para manejar asuntos de agresión y disciplina en sus clases. En un futuro cercano todos los currículos de formación de profesores deberían incluir cursos y prácticas específicas sobre este tema, si realmente queremos que todos tengan la capacidad para asumir de manera responsable y efectiva el rol que tienen.